El Mexicano hoy: Nuevo retrato de un liberal salvaje

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LEXIA Insights & Solutions

Por: Guido Lara, Benjamín Salmón, Claudio Flores Thomas y Marcos Robles

A partir de la investigación realizada en 2010, LEXIA y GAUSSC realizaron un seguimiento y actualización desde la perspectiva del 2017. Cabe mencionar que, en este nuevo ejercicio, se incluyeron las voces de migrantes mexicanos y una nueva batería de preguntas con temas como la discriminación, el matrimonio entre personas del mismo sexo y los cambios en el sistema de impartición de justicia, entre otros, lo que enriqueció en mucho la información recabada.

En un México que había regresado del panismo al priísmo (aún no se llevaban a cabo las elecciones del actual gobierno), con el gobierno de Estados Unidos con Donald Trump a la cabeza y en franco enfrentamiento con México por cuestiones comerciales y migratorias, y, por otro lado, cineastas mexicanos que triunfaban en Hollywood.

Económicamente, los mexicanos no han mejorado desde el primer estudio de 2011. En temas de seguridad, la violencia ha ido en aumento constante desde 2011 hasta 2017, que fue cuando se llevaron a cabo las mediciones.

En el aspecto social se dan datos controversiales debido a cambios en los criterios de medición de la pobreza, aunque el sentimiento detectado en las encuestas es que tampoco hemos mejorado, se percibe un país estancado y en temas de opinión pública se suele decir que “la percepción es realidad”,

Se mantiene el profundo individualismo encontrado en 2011, los mexicanos continúan creyendo más en sí mismos que en el país donde viven, pero con un creciente enojo y sentimiento de abandono del gobierno.

En este entorno cada quien continúa buscándose la vida como puede, y el altruismo y solidaridad frente a las tragedias son solamente un paréntesis en la lucha “de cada quien para su santo”.

Seguimos sin poder articular una visión o un sueño común, y seguimos divididos por las diferencias de expectativas, interpretaciones de la realidad y las experiencias diarias en el trabajo, en la interacción social y en el trato entre nosotros.

Hay un estado de ánimo más pesimista, más personas piensan que viven peor que sus abuelos y que sus hijos vivirán peor que ellos. Crece el grupo que ha hecho lo que se le dijo que debía hacer: ir a la escuela, sacar buenas notas, cumplir con sus obligaciones, etc., sin embargo, la sociedad y el país no han hecho su parte, México le sigue quedando a deber a una parte significativa de los mexicanos.

En 2010 se detectaron cinco tipos de temperamentos que desmienten la idea de un mexicano “único e indivisible”.

Se encontró que para 2017 los cinco grupos se mantienen, pero las proporciones han cambiado: aumentan los Soñadores sin país de 25% a 29% y los Inconformes autosuficientes de 9% a 14%; los Nostálgicos tradicionalistas bajaron de 30% a 22% mientras que los grupos de Críticos indolentes y de Optimistas sobre el futuro se mantuvieron en 20% y 15%, respectivamente.

En la descripción y análisis de los hallazgos el enfoque fue hacia establecer las diferencias que se encontraron vs. 2010, pero sin dejar de lado los rasgos de identidad e idiosincrasia que consideramos importantes.

En nosotros convive la luz y la sombra, lo mejor y lo peor, la vida y la muerte.

En el marco de nuestra permanente reflexión sobre la identidad mexicana plasmada en numerosos estudios y su puesta en marcha en campañas de marca y comunicación hemos encontrado dimensiones estructurales que nos ayudan a explicar lo que somos. Nuestros lados luminosos, nuestros lados oscuros.

No somos contradictorios: somos duales.

Para no sólo vernos el ombligo es muy relevante observar la identidad mexicana en el contexto de las culturas nacionales en el mundo. Para este fin los estudios y encuestas mundiales sobre valores nos ayudan a construir las coordenadas para comprendernos.

Miguel Basáñez en su libro Un mundo de tres culturas establece que los grandes tipos culturales predominantes son: a) La cultura del honor que vive para respetar a Dios y a las autoridades, b) la cultura del disfrute que vive para gozar la convivencia con familia y amigos, c) la cultura del éxito que vive para ser eficientes y conquistar logros.

Basáñez muestra cómo los mexicanos junto con los latinoamericanos, los católicos europeos —españoles, franceses e italianos— pero también las culturas budistas (el romano carpe diem —vive el momento— confluye con la atención plena y conciencia del presente del budismo) pertenecemos más a la cultura del disfrute.

Incorporando más “data points” coincidimos con Basáñez en que nos ubicamos en el ámbito de la cultura del disfrute, pero queda claro que hay vasos comunicantes hacia las culturas del honor y hacia las del éxito. Nuestro mestizaje cultural e hibridación sigue llevándose a cabo hoy en día.

Es constante descubrirnos casi siempre a la mitad de los puntos cardinales (con la única y notable excepción de los valores de libertad y control sobre la propia vida que analizaremos más adelante). Ni muy tradicionales, ni muy modernos. Ni muy autoritarios, ni muy democráticos, ni muy esto, ni muy lo otro.

La dualidad e hibridación mexicana que sugerimos alimentar es la de una integración virtuosa de la cultura del éxito (orientada a logros) con la cultura del disfrute (orientada a fortalecer vínculos emocionales y placenteros).

¿Qué quiere decir esto de integrar la cultura del éxito con la del disfrute? Quiere decir que no dejemos de ser mexicanos, de vivir con intensidad, de alimentar cotidianamente los vínculos con familia y amigos, de seguir abiertos al hedonismo y la estética. Pero al mismo tiempo asumir y apropiarnos de hábitos, costumbres y motivaciones indispensables para generar una sociedad más próspera y eficiente. Algo así como dividir la jornada en un “nine to five” productivo y bien organizado y un “five to nine” festivo y afectuoso.

Al mexicano no le importa el pasado ni el futuro: le importa el presente.

Los mexicanos vivimos casi siempre en el presente continuo. Ese tiempo verbal que bloquea nuestra mirada hacia el porvenir y que hace del pasado más un simulacro que un sólido basamento.

Es muy diferente “vivir el día” que “vivir al día”. Hay una cara positiva de vivir en el único tiempo existente, pues el pasado ya fue y el futuro no ha llegado (en esta cercanía con el presente nos acercamos a las culturas budistas).

Esta realidad tiene una faceta luminosa al dotar de sustancia e intensidad a nuestra vida cotidiana y hacer posibles reacciones tan vitales como un reventón a la mexicana y solidarias como las que acostumbramos durante inundaciones y los temblores.

Sin embargo, nuestra mala relación con el pasado y con el futuro tiene consecuencias negativas para la construcción de la sociedad mexicana.

El orgullo por nuestro pasado es tan ruidoso como superficial. Se parece más a un rígido libro de texto que a una verdadera comprensión y vinculación con nuestro recorrido histórico.

A diferencia de lo que sucede en la India donde siguen rezándole a los mismos dioses que hace cinco mil años, la supuesta vinculación con nuestras raíces se desvanece.

Nos llenamos de orgullo al contemplar un calendario azteca, pero sólo unos cuantos estudiosos tiene alguna remota idea de lo que significan sus inscripciones. Lo mismo sucede con vastos periodos de nuestra historia como la Colonia, la Independencia, la Reforma, la Revolución, el régimen priista y el actual momento democrático.

Nuestro orgullo por el pasado es hueco porque no se llena de conocimientos profundos sino de simples estereotipos y vaguedades propias de una monografía escolar. Lo cierto es que en el fondo nuestro pasado nos tiene sin cuidado.

Algo similar pasa con nuestro futuro. Pareciera que tenemos tatuado un sentimiento apocalíptico donde la desconfianza y el temor al porvenir nos mueven a arrancarle al presente todo lo que podamos, sin tomar en cuenta lo que destruyamos a su paso, dinamitando posibilidades para la construcción de un mejor futuro.

Esa desconsideración e indiferencia por las consecuencias de nuestros actos genera severos riesgos y enormes oportunidades tiradas a la basura, por no entender que el mundo no se acaba hoy ni en las próximas tres semanas. Es necesario entender ya de una vez que pensar para “pasado mañana” puede traer consigo grandes beneficios y mejoras para todos.

No sólo sí se puede: ¡se puede todo!

Si algo han demostrado y corroborado las dos mediciones sobre el Liberal Salvaje es la profunda autoconfianza del mexicano para poder mejorar su situación a partir de su esfuerzo individual (actualmente 83% considera que puede hacer mucho para cambiar su propia vida).

Somos liberales porque creemos en nuestra libertad, somos salvajes porque buscamos la satisfacción a costa de todo y contra todos.

Aquí vuelve a ser muy útil compararnos con otros países en las coordenadas que nos brindan los estudios mundiales de valores.

Y mucho ojo, si en casi todas las respuestas estamos siempre alrededor de “la media”, al centro del plano cartesiano, gracias a ser muy híbridos, muy mestizos, muy punto de encuentro entre las culturas y los valores del mundo, hay una dimensión en la que definitivamente nos vamos a un extremo y ocupamos uno de los primeros lugares del ranking (el quinto entre 101 países). Esta dimensión es la libertad y la confianza de tener control sobre nuestras propias vidas.

No es casual que la canción “El Rey” de José Alfredo Jiménez, visión alterna del himno nacional, pinte el alma mexicana de una manera tan clara y contundente:

Con dinero y sin dinero
Yo hago siempre lo que quiero
Y mi palabra
Es la ley

Que en México se pueda todo tiene pros y contras. Empecemos por lo negativo, lo cual salta a la vista de manera dolorosa y estremecedora. 97% de impunidad de los delitos más una buena tajada del PIB como costo de la corrupción, son los frutos de vivir en “tierra de nadie” y en “china libre”. La flexibilización de la aplicación de la ley y la enraizada tradición católica del perdón como algo bueno, trae como resultado un espacio social ultrasalvaje y por lo tanto una selva donde ganará el más fuerte, el más corrupto, el más cínico, el más violento.

Lo positivo de una situación tan suelta, libre de amarres y constricciones puede cultivar frutos en nuestro camino hacia una sociedad más libre, creativa y tolerante. No es gratuito el éxito mundial de artistas y creadores mexicanos germinados en un entorno predispuesto a pensar y actuar fuera de la caja. El reto nuevamente es tomar lo bueno y dejar lo malo. Por un lado, reconocer el daño profundo que nos causa la falta de Estado de derecho y el perdón perpetuo a los que burlan las leyes y, por el otro, valorar la existencia de espacios sociales abiertos a los que entra el aire y donde todos podemos convivir, crear y prosperar.

El mexicano no siempre se agacha, se crece ante la adversidad.

En situaciones extremas y claramente adversas, sacamos la casta y superamos las adversidades. Somos capaces de resistir condiciones cotidianas negativas, pero cuando éstas tocan fondo sale a flote lo mejor de nosotros mismos.

El lado oscuro es nuestra capacidad para sopor- tar demasiadas fallas en materia de justicia, inequidad, desperdicio, etcétera. Suciedad, abandono, mediocridad son asimilados, volteamos hacia otro lado o de plano cerramos los ojos, lo que no es propicio para la mejora social y colectiva.

Hay luz al final del camino, pues en la adversidad extrema sale lo mejor de nosotros mismos (las reacciones colectivas a los sismos de los diecinueves de septiembre son paradigmáticas). En nuestros estudios hemos descubierto la figura del atleta paralímpico como una fuerte herramienta de identificación de amplios sectores de la población, quienes los ven como un ejemplo de inspiración. En los pasados Juegos Olímpicos de Río de Janeiro los atletas “normales” colocaron a México en el lugar 61 del medallero, mientras que los deportistas con capacidades diferentes lograron el lugar 29 (¡32 lugares de diferencia!). Estos atletas son una metáfora de una población que tiene que salir adelante enfrentando múltiples carencias. Nos caracteriza fallar en la normalidad y triunfar en la adversidad.

No estamos totalmente divididos: nos une la comida mexicana.

En el marco de una sociedad desconfiada, polarizada, fragmentada existen pocos espacios de encuentro. Uno que nos une profundamente es el orgullo por preparar, disfrutar y, especialmente, compartir nuestra comida con familia, amigos y el mundo entero. El disfrute de nuestra comida y las bebidas que le acompañan es común en cualquier región, edad o nivel socioeconómico.

La Ciudad de México catalogada junto a Tokio y Nueva York como las tres mejores ciudades para comer en el mundo. La riqueza de las gastronomías regionales (Puebla, Veracruz, Michoacán, Oaxaca, Sinaloa y un largo etcétera). Cualquier hogar por humilde que sea es capaz de preparar delicias inolvidables.

Las decenas de miles de mexicanos que dominan el arte de cocinar trabajando en México y Estados Unidos en las cocinas de los mejores restaurantes de comida internacional: francesa, china, italiana, japonesa, española, peruana, tailandesa, fusión, etcétera. Somos una potencia gastronómica, lo sabemos, lo vivimos, nos da orgullo y nos une.

Nuestra pasión por la comida lamentablemente también tiene su lado oscuro. Más de 15% de la población es diabética y 33% padece obesidad —uno de cada tres—. Tampoco podemos dejar de subrayar que un 20% de la población —uno de cada cinco mexicanos— vive en pobreza alimentaria, lo cual no obsta para que se quite un taco de la boca para ofrecerlo a quien lo visite en su casa. Entre los países de la OCDE somos número uno en diabetes y segundo lugar en obesidad, apenas por debajo de Estados Unidos.

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